¡Vaaamos allá! Arranca San Isidro y con ello, nuestra colaboración en MADRID A TU ESTILO. …
Querida mamá:
Esto suena muy moñas, pero ya sabes que soy cursi y repipi por naturaleza, y como en el primer domingo de mayo está permitido que la glucosa se dispare, allá va mi sobredosis de azúcar.
Este año no tienes regalo. Físico, quiero decir. La cosa está muy chunga. Jodida, por ser más castiza. Dicen que la economía empieza a mejorar y todo eso, pero me pregunto si han mirado tu monedero (y ya siento mencionar este nombre, chica) y si tendrían los santos cojones de decir lo mismo si lo vieran.
Me gustaría que leyeran esto. Me gustaría que supieran del esfuerzo de una madre por llegar a fin de mes con mil euros para dos personas. Que supieran de la funcionaria que te dejó caer que trabajaras en negro cuando le dijiste cómo era posible que no llegases a cobrar íntegra la mierda de pensión que te quedó tras morir mi padre porque tenías un trabajo más de mierda todavía con el que no llegabas ni a mileurista. Que te vieran hacer encaje de bolillos con la madeja de trapillo para poder currarte preciosos regalos de Navidad por poco dinero. Que supieran que tu único capricho es un paquete de tabaco cada quince días o unas cápsulas Nespresso cada tres meses. Claro, dirán que a qué pobre se le ocurre creer que puede beber el mismo café de los ricos. Qué lerditos somos.
Bueno, mamá, ya sé que me has dicho que a ti los regalos te dan igual, y yo te creo. Y lo peor de todo es que, por mucho dinero que pudiera gastarme, no habría ningún regalo capaz de igualar todo lo que has hecho por mí, por nosotros, en estos treinta y tantos años.
Levantarte a las seis de la mañana para que, cuando yo me despertase, tuvieras la casa limpia y la comida lista y pudieras dedicarte el día entero a jugar conmigo.
Tener la elegancia de castigarme a copiar mil veces no sé qué frase, con el consiguiente beneficio que ello ha tenido para mi caligrafía.
Ponerte a ver conmigo Candy Candy, y Willy Fog, y David el Gnomo, y no sé cuántas otras series, aunque tuvieses mil ciento veinticuatro cosas que hacer.
Darme un hermano (aunque yo quisiese una hermana)… y aguantar que una niña insoportable como yo no te hablase durante no sé cuántos días porque iba a ser niño.
Hacerme una falda en una noche para la cena de fin de curso.
Aguantar mis ataques de histeria cuando tenía exámenes y los nervios me jugaban malas pasadas.
Prepararme un café esta mañana, y rallarme tomate para que pudiera hacerme tostadas con mi tomatito y mi aceite, como a mí me gusta.
Nunca he sido la hija ideal, mamá, eso ya lo sabes. Deslenguada, con mala leche, tú y yo no hemos sido lo que se dice las mejores amigas. Pero, si te soy sincera, creo que las madres y las hijas son eso, madre e hija, y la amistad es otra cosa.
Quizá nunca he sabido darte todo lo que mereces. Y me consuelo escribiendo estas líneas porque es lo único que (creo) sé hacer. No sé, mamá, ojalá pueda hacer algún día algo de lo que te sientas verdaderamente orgullosa. Ojalá pueda devolverte tantos desvelos, tantas preocupaciones, tanto amor del de verdad.
Ahora que llevo un par de años casada, la gente me pregunta que cuándo voy a tener hijos… y me aterra. Siempre digo que no quiero, pero en el fondo no sé si estoy preparada para pasar el examen de ser madre después de tenerte a ti de ejemplo. No sé si yo podría. Para eso hay que tener el corazón muy grande, mamá, y te puedo asegurar que el mío no ocupa ni la milésima parte de eso que llevas tú en el pecho y que, aunque tengas la carita arrugada y la espalda hecha pedazos, te hace seguir siendo una niña. Una adorable niña.
Gracias, mamá. Ah, y feliz Día de la Madre.
Por Noelia Jiménez