Sí, como lo leéis. He sacado las tenacillas, me he hecho unos tirabuzones y me …
Por Juan Carlos Antón
Noelia, amiga a la que mucho quiero y profesional a la que admiro, me invita a hablar de Madrid. Lo hace con franqueza, de frente y por derecho– que se diría en el argot taurino-. Y yo, acometo con gusto.
Mi historia con Madrid comenzó hace relativamente poco. Digo “relativamente” porque el tiempo puede medirse en años o en vivencias. Y, si es por estas últimas, parece que fue hace una eternidad cuando- aún con el dorado de los campos de Castilla en mis ojos- me sorprendí desbordado por el incesante tintineo de los luminosos de la Gran Vía.
Llegaba presto a emprender una nueva etapa de mi vida con un maletín lleno de metas, ilusiones, proyectos, un ordenador con archivos revisados y un cuaderno en blanco en el que anotar lo bueno y malo de la vida. Probablemente sin saber que esas cosas quedan grabadas para siempre, nos guste o no, en el corazón.
Comienzo hoy a escribir de una ciudad para la que solo guardo agradecimiento. La misma que con dieciocho recién cumplidos me acogió para enseñarme que todos somos iguales entre nosotros y, a la vez, muy pequeños frente al mundo.
En Madrid he aprendido a valorar la belleza del camino sin perder de vista la meta, he cosechado las amistades más leales, he reído y he llorado pero nunca me ha faltado alguien con quien compartir ni lo uno ni lo otro y también he encontrado la soledad tan deseada en algunos momentos.
Por supuesto, también conocí lugares y gentes maravillosas que ahora, si me permiten, me gustaría compartir con ustedes porque Madrid es un patrimonio lo suficientemente amplio y bello como para no guardárselo para uno mismo.
Ilustración: Juan Iranzo
Foto destacada: Sergio García Murillo vía Flickr.